aquel rey de los Hunos
rasando a los otros.
Marcan el paso de una ciudad hecha a retazos
que perdió lo santo un domingo.
En sus lomos de hojalata
a riesgo propio se monta la ciudad,
el evangélico anunciando una segunda venida
precedida por un juicio final y la esperanza
de otra vida después.
El señor mirando su receta camino a los pensionados
el vendedor de galletas
el de tarjetas
el de agua
el ebanista
el controlador del puente flotante
el estudiante de publicidad,
la contadora
el carterista
el señor que se le hizo muy temprano a mitad de su botella de ron.
Toda la ciudad, en un sube y baja cada dos esquinas.
Toda la ciudad resumida en miradas.
Toda la ciudad ungida en los olores de las mañanas:
la fundita grasosa de fritura,
el tufo a ron,
el olor a cara del guachimán amanecido
la colonia Avon de la página 25
del desempleado rumbo a la entrevista,
el vómito del bebe camino a la maternidad.
Aunque el silencio va implícito
la bachata suena a todo volumen.
No se queda el que grita: “ponte el gobierno de la mañana”
ni el que se queja: “mejor sigue con la bachata, escuchar
mierda tan temprano hace daño.”
Parada pide uno "sin bola".
“No arranque chofer que es una doña” se queja la hija.
Nunca faltan los debates sobre
política internacional
religión
física cuántica
el fin del mundo
farándula
economía
y amor,
si, también se ama en las mañanas,
aun la que va camino a la fiscalía ama.
Las calles se hacen cada día más hostiles
peor cuando montamos esas bestias
remendadas, humeantes, conducidas por bestias
daltónicas a la vista de individuos de “verdeclaro”
con vistosos sombreros domando esquinas.
Van como Atila, aquel rey de los Hunos
que estos no saben quién fue.
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