Todos los días eran lunes para Emerson
desde que consiguió un trabajo en uno de los tantos Tradings del
Barrio Chino. Decenas de lunes le pesaban a su espalda mientras
cargaba de aquí para allá cajas de algas y raíces de jengibre,
wontones refrigerados, shampoo de Jackie Chan y raquetas eléctricas.
A Emerson le había dejado de importar el paso del calendario porque
recibía su sueldito fijo para olvidarlo. Su única compañera de
trabajo durante algunos de estos lunes era la cajera, cuyo nombre
sonaba como Shinsi Yi, pero si se aventuraba fuera del barrio se
hacía llamar Vanesa. Él le enseño a traducir algunos paquetes
imposibles para los ojos fullscreen de los clientes. Ya Vanesa sabía
distinguir entre "maní crulo" y "maní totá",
"sasesoya" y "vinagle de aló" y entre el té
para "tleñimieto" y el de "potencia sesuá".
Emerson, en cambio, no sabía ni reírse en chino.
Al principio a él le intrigaba saber acerca
del contenido de las cajas, pero con el paso de los lunes y varias
miradas cortantes después, su ambición ya sabía igual que unos
aritos de cebolla preempacados. Lo único que quería era reunir el
valor de decirle a Shin-Vanesa-Yi que fuera con él a bailar salsa.
La quería ver bajo las luces redondas de la Duarte, tomar una guagua
con ella y enseñarla a pronunciar "Teleofertas" y
"fritura" de forma correcta. Pero más allá de una sonrisa
mecánica, Vanesa nunca le iba a corresponder, ni tampoco iba a
cambiar los karaokes de los lunes por unos pasos temblorosos de
salsa, que por cierto nunca logró entender cómo se bailaba el
contenido de un pote. A seguir cargando cajas de woks y sueños,
Emerson.
Gabriela Aguirre
Santo Domingo, República Dominicana.
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