Podría captar tu atención con una muletilla
tragicómica de The Smiths. Enlazaría las comas de los
diálogos de Woody Allen para hacerme un collar. Recordaría con nostalgia
aquella vez que Bretón y Dalí compartían palomitas en el cine. Le sacaría la
lengua a un pedazo de mármol griego. Entraría al Prado en llamas a salvar El
jardín de las delicias. Echaría a pelear la convicción kafkiana contra la
mirada perdida de un argelino con calor. Danzaría como un edificio de Gaudí
para provocarte. Podría resbalar diez y siete veces en esa oración de Rayuela
17, y sentirme parte del jazz turbio, sucio y canalla que cruza espinazos.
Podría besarte luego de recorrer el mundo luego de la paz luego de la guerra
con una lengua llena de maldad e historia general.
Podría, podría, podría...
Podría, también, olvidarme de todo lo que he
aprendido, echar al fuego el teatro de Shakespeare, mandar a fregar a
Baudelaire y desnudarme de tantas palabras huecas y técnicas. Para enseñar, en
vez de ingenio, nalgas. Para gritar, en vez de versos, cosas que no riman. Para
deconstruir, en vez de filosofías, un momento sin más pretensión que el placer.
En vez de dormir, podría seguir leyendo. Y en
cualquiera de los dos casos, podría sonreír.
Gabriela Aguirre
Santo Domingo, República Dominicana
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