La noche no
dejaba ver los techos rojos. A la distancia se veía un San Ramón pestañear como
si luchara contra el sueño, pero aún era temprano. Más bien parecía que
presagiaba lo que sucedería esa noche. Llegaban las imperiales a la mesa y en
una esquina dos poetas le hacían guardia a un cacique entre limones que
parecían naranjas. Si, la curiosidad me llevo a morder uno.
Alguien le pedía
a la camarera un “chifrijo”, yo ordenaba otra imperial.
El karaoke
parecía ser el deporte nacional luego del fútbol y de comer arroz de desayuno.
Al ser extranjero me pareció un buen momento para demostrar mis dones como "canta malo" a
pesar de la voz y pedí que pusieran Pedro Navajas de Rubén Blades. Me
aplaudieron. Efecto directo de las cervezas y la cortesía.
Nunca he sido un buen bailador. Creo que me dejaron caer de pequeño pero eso no viene al caso. Ahora después de los 30 se me despertó el bailador oculto en mí. Esa noche mi sangre caribeña invitaba a bailar. Llego el set de cumbias. Creo que para esa época Frank Báez buscaba algún lugar en Rosario donde bailar cumbia.
Nunca he sido un buen bailador. Creo que me dejaron caer de pequeño pero eso no viene al caso. Ahora después de los 30 se me despertó el bailador oculto en mí. Esa noche mi sangre caribeña invitaba a bailar. Llego el set de cumbias. Creo que para esa época Frank Báez buscaba algún lugar en Rosario donde bailar cumbia.
La miraba, no podía dejar de hacerlo. También le debía un poema al oído. Pero sería más tarde.
Observaba con
mucha atención como los ticos bailaban, nunca en mi vida había bailado
cumbia. Recordé que Fernando Villalona en los 80 con su cumbia merenguera
enseñaba los pasos básicos para bailar cumbia.
“La cumbia
merenguera que sabrosa y buena eh es un ritmo bueno que debes saber bailar, un
pasito de costao’, pasito medio lao', un pasito pa’lante y un pasito pa’tras”.
Que decepción,
no me funcionó la técnica del Mayimbe. De casualidad no termine lisiando a mi
pareja de baile.
“Mae, suéltese y
sígame el paso” me decía con dulzura y yo trataba de seguir algún paso pero
todo pasaba rápido.
En la mesa
disfrutaban mi forma errática de bailar cumbia. Si, también se reían porque no
concebían que un caribeño no pudiera bailar cumbia.
“La de la
pollera colorá” y daban vueltas haciendo el gesto de mover su enagua con
gracia.
Solo atinaba a
sonreír. Nos sentamos y le pedí disculpas.
Ordene otra
imperial.
Brinde dos más.
La seguía con la
mirada, su sonrisa me guiaba entre el mar de gente y la música. Le recordé que
tenía una deuda con ella. Salimos un momento y frente a las luces de San Ramón
sucedió.
Esa imagen quedo grabada en ese cielo.
Las cumbias
seguían y sentía la necesidad de seguir bailando. El ritmo del sintetizador y
el acordeón ordenaban a mis piernas moverse en la silla. Les marcaba el paso.
No me contuve y busque la revancha en la pista de baile. Esta vez tuve dos
parejas. Me llevaban, se movían alrededor de mí. Sus cuerpos llevaban el ritmo.
También el mío. Ella en la mesa me miraba y reía. Yo hacía lo mismo.
Esa noche, ella,
se quedó en mis labios.
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