No sé por qué los conté. Pero sí, los conté. 27 carros pasaron y ninguno me dio paso, ninguno me miró, ninguno de ellos se dio cuenta de como los miré.
Me duele el cuello de nuevo.
27 carros pasaron y yo sentado en mi auto. Solo y muy atento a mis manos. A tus manos. Las que están cuando les da la gana y nunca ponen de su parte, las que suelen dolerme en el pecho cuando me ignoran y se van con una tacita de café.
El radio suena, la bocina dañada y yo muy lejos dudando si mi abuela me cree un hombre de bien, si mi perrita me considera un buen padre y si la pasta me queda tan buena como antes.
Al pasar mis 27 carros escuchaba la trompeta de Miles y la bocina del imprudente detrás de mi, y yo muy lejos sentado en mi banquito de la zona tomando una birra solo, viendo el loco del pedazo hablar consigo mismo mientras yo hacía lo mismo.
Han terminado de pasar los 27 carros y aquí estoy yo, lleno de arañazos, morados en los brazos, el estómago vacío y mil pesos oro en mis bolsillos, casi listo para cruzar la calle, casi tierno para que me coman de nuevo.
Yo me paro aquí con las manos abiertas, el pecho muy fuerte y la mirada perdida, como si montara bici frente a casa de abuela en Salcedo o tomara a pico e' botella en Cabarete.
¿Cuántos carros deben pasar para que me miren?
Me duele el cuello de nuevo.
27 carros pasaron y yo sentado en mi auto. Solo y muy atento a mis manos. A tus manos. Las que están cuando les da la gana y nunca ponen de su parte, las que suelen dolerme en el pecho cuando me ignoran y se van con una tacita de café.
El radio suena, la bocina dañada y yo muy lejos dudando si mi abuela me cree un hombre de bien, si mi perrita me considera un buen padre y si la pasta me queda tan buena como antes.
Al pasar mis 27 carros escuchaba la trompeta de Miles y la bocina del imprudente detrás de mi, y yo muy lejos sentado en mi banquito de la zona tomando una birra solo, viendo el loco del pedazo hablar consigo mismo mientras yo hacía lo mismo.
Han terminado de pasar los 27 carros y aquí estoy yo, lleno de arañazos, morados en los brazos, el estómago vacío y mil pesos oro en mis bolsillos, casi listo para cruzar la calle, casi tierno para que me coman de nuevo.
Yo me paro aquí con las manos abiertas, el pecho muy fuerte y la mirada perdida, como si montara bici frente a casa de abuela en Salcedo o tomara a pico e' botella en Cabarete.
¿Cuántos carros deben pasar para que me miren?
Volví por que necesitaba saber de mis amigos blogueros
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